escritura creativa/ poesía
Sobre el dolor que no se va
por Ramón Miranda
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Para Anael
I
Esta es una foto de la noche. Esta es una foto tomada minutos después de la anterior, solo que se decoloró y parece que está amaneciendo. Esta es una foto del césped. Hay hormigas haciendo garabatos, pero no se distinguen. Esta es la entrada. Tomé la foto porque había un perro ladrando. Quise retratar el ladrido, la puerta fue algo colateral. Estas son las nubes. Están inflamadas de lluvia. Estas estrellas murieron ayer. Y estas, anteayer. La foto completamente negra es viento. En este charco se refleja la luna. Parece el alumbrado público. Ese punto de luz, que apenas se ve… Es la última foto que tomé. Al día siguiente no pude mover mis manos sin los espasmos, sin arrojar cualquier cosa que sostuvieran. Intenté tomar una foto de mi mano izquierda, pero rompí la cámara. Cuando reventó contra la pared, cayó como un montón de polvo.
II
Ella es mi madre. Estos son sus zapatos favoritos. Este es el tono de labial que usa. Este es el tono que prefiere, pero dice que la hace ver mayor. Estas son sus manos. Así escribe mi nombre en cursiva con un bolígrafo azul. Así lo hace en hojas recicladas. Todos los lunes por la mañana le pido que escriba mi nombre en una libreta y memorizo los trazos en mi mente. Le pediría que hiciera eso todos los días, pero me avergüenza necesitarlo tanto. Después, lo dibujo en una pared con el movimiento de mis ojos. Lo dejo ahí. Lo miro hasta que desaparece. Tenía cuatro años cuando intenté escribirlo por primera vez, pero no logré hacer legible mis letras hasta los siete años. A los ocho me llevaron al doctor porque dormía dieciséis horas. Vomitaba en la regadera. Mi ojo izquierdo se cerraba a veces sin que me diera cuenta. Las manos comenzaron a temblarme un poco, era casi imperceptible. No hubo ningún diagnóstico. A los nueve así sostenía un bolígrafo azul. Así movía mis manos. Así escribía mi nombre. Ahora así sostengo un bolígrafo azul y así lo suelto. Así se mueven mis manos. Ahora este es mi nombre. En tan solo tres años y siete meses, los espasmos serán incontrolables. Cambiarán mis medicamentos a unos que solo podrán ser administrados en el hospital. Iré a fisioterapia todos los lunes y jueves. Cumpliré veinticinco años y no podré comer pastel sin embarrármelo en el rostro. Mi madre y mis hermanos fingirán dolores distintos en consultorios distintos para darme los medicamentos controlados en las malas noches. Mi ojo izquierdo por fin se cerrará. Tendré problemas para caminar. No podré sostener un bolígrafo. Dejaré de usar botas y de tener nombre. Pero eso no lo sé todavía.
III
Este es el dolor.
Un encefalograma. Mi sistema nervioso. Sangre que no volverá. Una bata delgada, apenas un tul de frío. La mesa blanca. El aroma avinagrado que pasa como un péndulo en los pasillos. Humo. Una exhalación de pájaros. Una fuga de luna en las ventanas. Una lámpara que gotea, incesante, en mi habitación. La carne pudriéndose bajo un sol de moscas. Este es mi cuerpo. La piel en páginas. Las uñas excavando una historia. La hendidura de mi cadera donde la noche su puso de rodillas. La medusa enmarañada que finge un trazo de venas en mis brazos. Y si la mirada caracol que deja un sendero ensalivado en el espejo. Cuando el silencio se escurra bajo las puertas. Tal vez hay una diferencia entre mi silueta. Si existiera una historia, el final lo olvidé.
IV
No podría imaginar que la piel se enrollara alfombra con las uñas. No supe en qué momento un pétalo de sangre. El guante moreno. La mano bajo el chorro cabizbajo del agua. Mi brazo de pintura carne, pintura que se descarapela con los rasguños del tiempo. Esto es lo que miraba cuando mis uñas. En esto pensé. Así luce mi brazo cuando salgo de la ducha. Por más que una venda. Por más que una pluma. No podría imaginar que un brazo, ni que lloverá mañana, ni que esta estrella se verá por última vez, ni que estos serán los resultados de las elecciones presidenciales, ni que esta música estará de moda, ni que este peinado, ni el siguiente crepúsculo, o que todos los grillos, gracias a una mutación genética, guardarán silencio para evitar ser devorados, ni la gran crisis económica de los próximos años, el siguiente brote de esta enfermedad, o los primeros casos de esta otra, ni el cielo, ni la contaminación en el mar, en esta ciudad, hecha por estas personas, en estos lugares, de esta forma, en estos momentos, ni la llegada de esta tecnología, ni la alarmante escasez de agua, ni los debates literarios de estos escritores, ni la prematura muerte de las mariposas nocturnas, ni la infección en los establos de este país, que se trasmitiría a estos otros países, ni que, apenas tres meses después de mi muerte, en esta habitación, usando esta ropa, diciendo estas palabras, nacerá la persona que descubriría la cura, de la forma más inesperada, para la inexplicable oscuridad de las comunidades rurales de todo el mundo. La enfermera terminó de lavarme. Me puso la venda y dormí soñando con esto. Desperté sin recordarlo. El dolor salió de las cavidades tranquilas del silencio y mi forma corporal desapareció como una rama de humo.
V
Este es el dolor. Este es mi cuerpo. Es la misma foto de absolutamente nada.
No puedo hacer este movimiento. Tampoco puedo bailar de esta manera. No escribo. Le tengo miedo a los reflejos y me disgustan los pies. Este es mi color favorito. Mi libro favorito. No tengo olor favorito: siempre es el mismo metálico aroma del rojo. No puedo usar esta ropa porque no logro ponérmela. No distingo los días. Tengo esta foto de la noche. Y de este ladrido. Y de estas hormigas. Y de estas letras cursivas que mi madre escribe los lunes con bolígrafo azul. Las miro hasta olvidar.
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