escritura creativa/ cuento
Fragmentos de Marta
por Paola Cuevas Loubet
para Sophia
I
Habitas en la casa y ella habita en ti, Marta. Se ha dicho que la casa es nuestro primer universo. Vives en tu cuarto universo. Es uno más libre que el primero, más solitario que el segundo y tiene más plantas y luz que el tercero. Ir a casa de mis padres resulta incómodo. Pareciera que duerme en ella mi infancia inmóvil. A esa Marta pequeña, de pies torpes y vestido de flores, la conserva ella. Yo ya no la tengo. ¡Qué frío te parecía ese piso! ¡Qué grandes las puertas y el jardín! ¡Qué terrorífico el cuadro de San Pablo sobre la escalera! Todo es ahora regular en casa de tus padres. La vista desde tu cuarto era alta, ¿recuerdas? Claro que no. Esa imagen tampoco es tuya. El tabaco sigue impregnado en los sillones. Mi madre tuvo cáncer, ya nadie prende un cigarro.
[La estancia muere miel y tila / Donde los cajones se abrieron de luto / La casa se mezcla a la muerte / En un espejo que se empaña.]
¿Quién murió aquí?
II
Recuerdo la primera vez que salí al balcón: traía un vestido de flores, me senté y abrí un poco las piernas. No sabía si alguien estaba viendo, no importaba. El cuerpo de mi madre era envidiable. El mío, plano, asexual. Todos los días iba al baño esperando manchas rojas en el papel. Las mujeres sangran. Yo fui mujer cuando me supe vista. No soy particularmente bella. Allá afuera me adueñaba de lo ajeno. Me adueñé de su mirada. Me pregunto quién lo ve a él. ¿Querrá ser visto ahí en donde está? No sé. No creo. A veces sueño que termina su condena y despierto para verlo junto a mi cama. Sus ojos amarillos piden un ajuste. Ya no soy una niña.
III
En esta casa sólo vivo yo. Claro, Marta, tienes razón en querer estar sola. Ahora te puedes concentrar en ti. Y me concentro en mis tobillos. No me gustan. Son demasiado anchos y pareciera que mis pantorrillas no terminan, ¿qué tan importantes serán los tobillos? Lo mismo pasa con mis muñecas. Odio las marcas moradas, casi amarillas: marcas de un juego disfrutable hasta que aparecen. Piden explicaciones. Doy detalles sólo para ver bocas llenas de líquido lascivo. Se sienten parte. La Marta de afuera sabe lidiar con la saliva de mentes reprimidas. Siempre me han mirado como algo que podría saciarlos, curarlos.
IV
Estoy exhausta de mí. El cuerpo que tengo extraña el cansancio de la vida exterior. La Marta de afuera es más fuerte que yo. Camina y la miran: piensa en algo que tendrá importancia en un futuro no tan lejano. Llega a dar clase. Sabe de qué hablar con las personas que tiene frente. La Marta de adentro no sabe nada. Fijo la mirada en una planta del jardín y comienzo a pensar en él. Me interrumpen los ladridos ansiosos de mi perra. Ella no sabe que extraña salir: sólo los humanos tienen la asquerosa cualidad de afligirse. Como aquel perro que tuvo moquillo: una de sus patitas se quedó en eterno espasmo. Él corría y saltaba como si nada hubiese pasado y nosotros, ridículos, lo veíamos igual que un veterano de guerra. Un héroe. La vanidad es nuestra también.
V
Distráete, Marta. Cojo un libro: me lo dieron en el intercambio de Navidad. Abro la página…
Me hurgó con sus manos callosas. Cuando grito lo que menos hay es apetito. Y mientras entraba su pedazo de carne a mi hueco, si eso es hacer el amor…
alguna vez entraron en mí sin que yo lo quisiera. Fue un invitado incómodo al que no sabes cómo correr de tu casa. Aunque él sea el invasor hay que pedirle que se vaya sin ofenderlo. No se va
deseé una habitación blanca por la que entra el aire de mar, la sal picante en mi lengua cortajeada...
El mar…el mar en el que mi abuelo se ahoga. Hace un año fuimos a Acapulco a tirar sus restos. Él no sabía nadar: lo matamos dos veces. Murió primero en el quirófano por un infarto mesentérico y después ahogado junto a sus hijos y nietos. Hacía un día precioso. Seguro el agua arrastró sus cenizas a la arena. Supongo que es mejor eso. Los cuerpos encerrados se descomponen.
VI
Mi cuerpo recuerda las cosas que nos unen. ¿Cómo es ese hilo? Débil, quebradizo. Quisiera que cada uno de mis dolores perteneciera a una memoria clara. Si intento recordarlo, se escapan detalles y no hay cómo recuperarlos. Otras veces paso tiempo pensando en lo poco que recuerdo, pero se borra todo y comienzo de nuevo. Abusaron de ti, me dijeron. Te tocaron, Marta. ¿A quién no la han tocado? Sus brazos detuvieron mi cadera mientras subía el vestido. Había un espejo frente a mí. Miré a Marta y dejé de verme. Es lo último. Me quedé quieta.
Desde ese día rehuyo de los espejos. Son aullidos afilados y se me cuelan por las uñas. Desde ese día soy un murmullo chiquitito. Una niña cuyas ideas se acostumbraron a la espada. Nada sirve: las sesiones de terapia, las pláticas que convierten mi dolor en el suyo, el abrazo condescendiente. Nada sirve. Sólo aprender a morir pausado. Lento. Sin preocupar a mi madre.
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