híbrido
Huesos
por Nina de Leche
Me siento en la arena. Bebo jugo de sandía. El sol de las siete de la tarde parece no haberse despertado con muchas ganas de calentar a la humanidad, hace mucho frío. Enero.
Pienso y pienso, me parece que he estado aquí hace mucho tiempo atrás, quizás no en estos humillantes huesos que con tanto esfuerzo me sostienen, quizás no en este río de sangre que me recorre con cansancio miles de veces cada día y quizás no en esta mente a veces aturdida, pero he estado aquí hace ya tanto tiempo que no puedo recordar exactamente hace cuánto.
Estuve yo en los rezos chamánicos de mi tatarabuela, muy lejos en Sonora. Sus pómulos rojos y sus trenzas negras ya no son testigos del milagro de ver al Dios Yuku regalar generosamente lluvias, luego de amargas y largas temporadas de sequía, pero yo sí.
Estuve yo en las plantaciones de mango y en las caballerizas de mi bisabuelo, en algún lugar entre Los Altos de Jalisco al que solían llamarle San Antonio: el lugar más bonito del mundo. Este sitio no se encuentra ya en un mapa, pero yo sí.
Estuve yo en esa farmacia en la que mi abuela trabajó hace tantos años, ella ya no está en sus veintes, ni baila a escondidas mientras quita el polvo de las encimeras, ni viaja a diario en trenes y camiones corriendo para llegar temprano, pero yo sí.
Estuve yo en las danzas de mi madre, en sus viajes y en sus ganas de beber café americano desde muy joven; quizá ella no se cuestione ahora quién es o no es, pero vaya que a veces yo sí.
A mí no me han podido evangelizar. No me han podido borrar del mapa. No me han podido quitar las energías para bailar, ni han conseguido curarme la ansiedad de saber qué demonios hago aquí. Sigo aquí.
ESTOY AQUÍ.
Nací y morí tantas pero tantas veces, he pasado cuerpos y trajes, texturas y olores, sabores y melodías, letras y sentimientos. A veces me cuesta recordar quién era antes de la reencarnación… Antes de la eternidad….Antes del traumático nacimiento y de la fúnebre muerte, antes del trauma, antes del hambre. Antes del miedo y el coraje.
De entre todas estas vidas, la vida más complicada que me ha tocado vivir ha sido la mía, ¿O debería decir la que más ha requerido para ser vivida? ¿Sobre-vivida? No sabes cuánto te odio a veces, hay días en los que todavía me pregunto qué habré hecho yo para que me hicieras tanto pero tanto… No sabía yo que un ser humano pudiera ocasionar tanto daño. Cuatro años han pasado.
Cuatro.
¿Te arrepientes? ¿Alguna vez te ha dolido algo entre el pecho y la barriga cuando te acuerdas de que después de hacerme llorar te preparaba té caliente con galletas y te pedía perdón?
Mi cabeza empieza a sufrir de turbulencia severa, me mareo, llega la náusea y empiezo a temblar. ¿Tienes frío? No. No solamente se tiembla de frío. Hay cosas peores que el frío.
Entonces me detengo. Cierro los ojos, respiro. Abro los ojos, contemplo: océano azul verdoso, besándome con delicadeza la punta de los dedos de los pies, me consuela y con su espuma blanca sabor leche de coco me alimenta y hace cosquillas al pintar mi piel apiñonada. Suspiro y miro el mar, y miro al sol ahogándose felizmente, haciendo un escándalo de luces coloridas en tonos rosas y azules ruborizados de lavanda.
¿Qué miras? Me pregunta curiosa una ola del mar.
La eternidad. La vastedad. La inmensidad. Todas las palabras que se han dicho y no-dicho. Todas las veces que nací y encontré nuevas maneras de morir. Todas las veces que morí y encontré nuevas maneras de nacer. Todas las personas que en estas aguas nadaron y nadie recuerda. Todas las personas que en estas aguas nadarán y no me recordarán.
La ingenuidad, la insignificancia del humano en algo tan incomprensible, la belleza en lo incomprensible… La belleza en lo incomprensible, lo inconmensurable. La grandeza del «in». Entiendo ahora el sentido de recordar. Re Cordis. Ya no duele tanto extrañar y ya no duele tanto el olvido. Eso que se siente entre el pecho y la panza que a ratos «amor», otras veces puede llamarse «te extraño», en ocasiones también puede ser «tristeza» y en secreto hay ocasiones que anónimamente se llama «culpa».
Je sais une tristesse a l'odeur d'ananas
Me parece que ha valido la pena.
¿Qué miras tú? Le pregunté de regreso al mar.
Yo te miro mirándome, y me miro a mí mismo.
Ahora sé que no eres solamente quien mira sino quien es mirado y se mira a sí. Así que me siento en tu carne y comprendo que eres mucho más que torpes huesos y que yo soy más que un hueco relleno de agua salada, pero la mejor parte es que al mismo tiempo, somos simplemente eso: huesos torpes y agua salada.
La belleza está en que aun siendo tan poco, somos por medio de la eternidad y de la contemplación: inmensos, inmortales, v a s t o s.
Has sobrevivido. Te miro mirarme y me miro al mirarte.
ESTÁS AQUÍ.
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