escritura creativa/ ensayo
Él siempre está
por Flavia Fabiani
El Pony y yo éramos dos adelantados de la vida. En nuestra época de relación a distancia, pasábamos horas en línea tratando de compartir todo lo que pudiéramos a través de la pantalla. Cuando paseaba por algún lugar de Nueva York, que ya se había vuelto nuestro, el texto era:
— Mira dónde estoy: «selfie sent».
O él desde Buenos Aires:
— Mira con quien me encontré: «selfie sent».
Cenábamos, mirábamos películas y hasta nos íbamos a dormir conectados. Yo dejaba la compu en la almohada de al lado y amanecía junto al Pony. Y si alguna noche roncaba tenía la ventaja de poder bajarle el volumen. Nuestros amigos se burlaban de nosotros, de nuestra vida virtual paralela. Pero años más tarde, cuando nos sorprendió la pandemia, la virtualidad pasó a ser la única manera que el mundo entero tenía para comunicarse.
Todas las tardes, después del trabajo, nos conectábamos con unas compañeras y nos poníamos de acuerdo para darle play al mismo tiempo a unas clases de gimnasia.
Después de estas clases, me conectaba al menos una hora con mi mamá. En principio decía que era para hacerle compañía a ella, pero la verdad es que yo también lo necesitaba. Jugábamos Scrabble en línea y recordábamos cuando, de más chica, ella siempre me ganaba. Y de cuando yo dudaba de alguna palabra, e iba a revisar las enciclopedias de cinco tomos que teníamos en el modular de casa. Ahora que la tecnología no es la mejor amiga de mi madre, la ganadora pasaba a ser yo. ¡Cómo habían cambiado los tiempos!
Planeábamos las compras del súper en la semana, para hacer un brunch virtual todos los domingos. Cocinábamos en línea lo mismo y siempre brindábamos con una copita de champagne. Como en pandemia si algo nos sobraba era tiempo, nos dedicamos a probar diferentes maneras de cocinar huevos y diversas recetas de acompañamientos. Juntas perfeccionamos los huevos poche con salsa holandesa que nos quedaba para chuparse los dedos.
Viernes y sábados por la noche eran para los amigos. Con mis amigas de Argentina descorchábamos un vinito y nos poníamos al tanto de cómo íbamos atravesando este momento difícil para todas nosotras. Yo, en pleno invierno, me ponía una bikini y cambiaba el fondo de pantalla a una playa paradisiaca para sentir el verano que vivían ellas. Con mis amigos Argentinos de Nueva York, eran largas noches de Uno o Truco en línea. Así nos fuimos acompañando entre todos. De a poco algunas restricciones se fueron levantando en Nueva York y los primeros encuentros con amigos fueron en los parques. Comprábamos empanadas de nuestro restaurante favorito y acompañados de música pasábamos la tarde al aire libre.
Llegó el verano y las primeras vacaciones de pandemia fueron en Nueva Jersey, donde rentamos una casa entre cuatro amigos. Ellos tres prefirieron llevar sus compus y trabajar en remoto por la mañana, mientras yo los deleitaba con un abundante desayuno de las recetas que había practicado con mi mamá. Yo salía a pasear en bici o a correr, mientras ellos terminaban de trabajar y después nos íbamos todos a la playa. Por las noches, alguna carne a la parrilla y no podían faltar el Uno o el “Truco”, esta vez con cartas de verdad.
Llegó el invierno 2021 donde todavía seguían algunas restricciones en NY, como la prohibición de comer adentro en restaurantes. Ese enero, festejé mi cumpleaños en Buenos Aires, mi restaurante argentino favorito en NY. Éramos 19 personas en una estructura de madera que la mayoría de los restaurantes habían armado sobre la calle para poder mantener el negocio a flote. Estábamos sentados en 3 mesas de 6 personas cada una, que era el máximo permitido durante pandemia y las mesas estaban separadas por unas placas de acrílico transparente. Shhhh. Claro que las matemáticas cuadran, seis personas por mesa, en tres mesas, eran dieciocho y yo la número diecinueve, dando vueltas de mesa en mesa por si pasaba alguien de la ciudad a verificar que estuviéramos cumpliendo con las normas.
Fue una tarde fría, de unos 10 grados bajo cero, que empeoraba a medida que anochecía. Ahí aprecié lo mucho que mis amigos de NY me quieren, porque si bien había estufas de exterior, apenas llegaban a calentarnos la cabeza, pero los pies... ¡los pies eran otra cosa!
En esa época los pasajes a Miami valían 50 usd. Para mí, que vivo en Brooklyn, me salía más caro ir y volver a la ciudad en Uber que volar a Miami, por lo que aproveché varios fines de semana para escaparme del frío y visitar a unos amigos. En Miami uno consigue muchas cosas argentinas que acá en NY escasean, sobre todo de comida, de esa comida que te llena el alma, como churros, bizcochitos de grasa y medialunas. Usaba esas escapadas, para sentirme más cerca de Buenos Aires donde todavía no se podía viajar.
Lamentablemente, mi primer viaje a Buenos Aires durante la pandemia fue por una noticia inesperada. La muerte de mi hermana Cristina. Tuvo un paro cardiaco a los 50 años. Me enteré un miércoles por la noche y pasé todo el jueves entre la embajada argentina en NY y al teléfono con Lisa Macaluso, que trabajaba en mi empresa coordinando vuelos laborales. Ella me ayudó a conseguir un pasaje. No fue fácil, ya que las restricciones en Argentina eran aún más estrictas que en Estados Unidos. Me consiguió un pasaje ese mismo jueves por la noche, para poder llegar el viernes por la mañana, directo al funeral. Lisa ya no trabaja más con nosotros, pero cada tanto nos vemos y siempre le digo lo agradecida que estoy con la ayuda que me brindó en ese momento en el que yo no tenía cabeza para coordinar nada.
El Pony y yo ya no estamos juntos. Pero el Pony es como el sol, él siempre está. Y ahí estuvo acompañándome en ese momento de tanto dolor.
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