escritura creativa/ cuento
Retrato humano de alguien que ya no está
por Hodek Mealstrom
Finado. Edad y fecha ¿De muerte? Sí, de muerte, por favor, aquí, debajo de esta línea. ¿Y en estas otras, qué va? Esas, las puede dejar así, en blanco, las llena el MP. ¿Y por qué son tantas, tan cargados les llegan los muertos? Sí, siempre llenos. Regáleme su firma aquí, y aquí también. ¿Cargados de qué? De cosas, cosas que no son posibles darles sentido, pero no importa, no se apure; resulta más fácil dejarlas así, en blanco. Antes todo era más tardado. La gente se sacudía todas las cosas, del corazón al papel luego al rencor y de vuelta al papel. Después, las quejas de otras personas buscando terminar lo más pronto posible el papeleo. Que las líneas son pocas, que dónde hay más hojas para anotar, que cómo es posible que no haya más de dos plumas en la mesa, que deme eso, que deme aquello, que yo lo lleno. Si no es una cosa es otra.
Ya ve que de un tiempo para acá en este país los muertos se nos escurren de las manos. En fin, simplemente déjelas en blanco, si es tan amable. Es bastante extraño. ¿Qué es extraño? ¿Ya se equivocó? Le puedo dar nuevas copias para que las llene de nuevo, si gusta, sin problema. Nomas despegamos la foto y ya está. No, no es eso. Hay algo bastante extraño, agudo, doloroso. ¿Sabe? Sólo un día pude verlo totalmente rebasado, el mediodía del martes, después de un desayuno tardío. Estaba como destemplado, en una felicidad retraída y apacible. Lo entiendo, siempre sucede bastante parecido, sí, aquí, por favor, anote su lugar y fecha de nacimiento.
¿La mía o la de mi abuelo? La de su abuelo, si es tan amable. Cierto, cierto, estamos aquí usted y yo por él. Era un 14 de... Noviembre o Diciembre del 36. No recuerdo haber celebrado o si quiera nombrado su cumpleaños. Aquí regáleme su ocupación. ¿La de él, cierto? Era joyero, cree usted, sí, de esos que comprenden la fuerza y resistencia de los metales antes de estrujarlos para conseguir la forma deseada. Anillos, esclavas, pulseras, aretes; lo hizo todo. Jesús Quintanar le enseñó el oficio. Mi abuelo con tan sólo diez años. Sí, regáleme aquí también su firma. Había una foto, mi abuelo, joven y esbelto, apoyado sobre la pierna buena, con un overol blanco, saliendo de la fundición que tenía su padre, mi bisabuelo, justo detrás de esa casa en Azcapotzalco
Me gustaría que lo viera en esa foto, que lo viera en otra condena. No así, como ahora, en esta foto tamaño infantil que me pidió traer. ¿Qué sentido tiene intentar devolverle la vida con una imagen? Es protocolo, ya nos faltan pocas hojas que llenar. Sigamos.
Caminaba mal, ¿sabe?, le dió polio a los tres años. Pero sólo hasta ahora me cuesta pensar, imaginar siquiera, su pudor, su vergüenza, la desgracia de no poder caminar como yo por el mundo. Después, ya sabe usted, la historia: conoció a mi abuela y la invitó al Café de Chinos. Ella no fue esa primera vez. Luego, casados, tres hijos: dos mujeres y un hombre. Joyero, trabajando el metal. La excepción de las tortas de pechuga de pavo en la calle Motilinia. Joyero. Cuatro talleres distintos en la calle Madero. Aventura. El gabacho. Mi abuelo dándose cuenta en Texas que lo estafaron con la Visa. Y heme aquí, el nieto viniendo por el acta. ¿Aquí qué pongo? Está borrosa la copia. Su estado conyugal, por favor.
Otra cosa, por el año 2002 le cayo ácido en la pierna izquierda. ¿Eso dónde lo anoto? Ese dolor, puede que sea parecido a este. Las piernas íntegras, la blanda materia de la carne diluyéndose en un desastre orgánico. Es como ahora, el acido vertiéndose en nuestras vidas, la de mi familia, al verlo muerto, ya no verlo. Tendría que quedar anotado, ¿no? Disculpe, pero me parece que no, no hace falta.
Aquí, el tipo de identificación del finado. Él no era de esos, con su puro nombre le bastaba, aunque no lo recordaran quienes lo escuchaban. Aquí, el destino del cuerpo del finado. ¿Cómo que anotar el destino? En los últimos años, antes del segundo infarto, se dedicó a pequeños trabajos, los mandaba a la joyería del señor R. Lo llegué a acompañar, fue la primera vez que conocí Polanco, después a Indios Verdes en taxi. Lo recuerdo agotado, fatigado, faltándole el aire por subir unas escaleras para llegar al paradero.
Así era su silencio. Doloroso. Apretarse, puntual sin interrumpir la condena de vivir así. Mi abuelo y su silencio. Mi abuelo y su destino. Lo veo montando los brillantes, puliendo los anillos, limando las comisuras. Sentándose a la mesa con las pequeñas partículas de oro blanco adheridas a los dedos.
Oro de 14 o de 18. Sólo una vez llevó a la casa un sobrecito con oro de 24, lo traía bien escondido debajo del cinturón. Ya ve que de la gente no se puede fiar uno, sobre todo cuando se viaja en trasporte público. Aquí anote el médico que certifica. Usted me disculpará por quitarle un poco el tiempo. No pasa nada, aquí el domicilio del médico si lo sabe. Pero a mi abuelo le gustaba eso precisamente. Tomar y compartir el tiempo de otros, siempre en silencio. Así, postrado al borde de su silla blanca, los últimos días que jugábamos ajedrez.
Siempre creí que su corazón lo sostenía en su puño. Tenga, anote aquí, la que cree usted que fue la causa de su muerte. El aneurisma, eso creemos que fue, sí. Desayunó y se fue a acostar. ¿Qué será de él ahora? Finado. S. T. 72 años, 27 de Noviembre de 2011.
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