escritura creativa/ ensayo
Tengo un nudo en la garganta.
por Andrea Ortiz Morales
En fisioterapia me enseñaron a retraer las escápulas. Como seguramente nos han diagnosticado a muchos, tengo mala postura. Me dijeron que todos los músculos, aun los que menos pensamos, están conectados. Para mí fue una sorpresa saber que los cachetes se hilan con las sienes y que, al presionarlas, en unas semanas dejaría de apretar los dientes al dormir. Las escápulas deben estar cerradas; el pecho, abierto. Si haces ejercicios de elevación, depresión y retracción, de pronto sentirás cómo las costillas, a simple vista duras e inmóviles, comenzarán a abrirse; durante estos movimientos, emitir una bocanada de aire será inevitable. Los hombros se relajan, la caja torácica baja.
Quién diría que respirar profundamente, una actividad tan básica, no tendría nada de simple. La verdad me duele el pecho cuando respiro así. Entonces debe ser una obstrucción más enroscada de lo que parece.
Sí. Tengo un nudo permanente en la garganta. Cada vez que he intentado desentrañar qué otra forma podrá tener el obstáculo que me impide hablar, tragar saliva y comunicarme sin que represente un reto exagerado, pienso en una maraña de hilos; también, en un cono de papel para agua; o en un hueco dentro de una cueva que apenas deja ver los rayos del sol. Cualquiera de estas imágenes pone un freno a mis emociones, que se sienten traicionadas por mí; son incapaces de abrirse y mostrarse. La impotencia es un hilo que sostiene las emociones al interior del cuerpo y que se anudará fuerte para pedirte silencio.
Sé que debe ser algo más profundo. ¿Cómo aprendimos a respirar? Sin duda, el proceso mecánico de exhalación e inhalación fue innato, pero aprender a respirar cuando eres adulto es muy difícil.
La primera vez que me ayudaron a abrir el pecho me advirtieron que podría llorar. Nos sentamos ella y yo en mi cama y me pidió que inhalara pensando en un color y exhalara pensando en otro. Escogí el morado y el naranja. No imaginé que respirar colores fuera posible. Es más fácil inhalar un color que otro: por más que quería llenar mi cuerpo del morado, el único que entraba era el naranja. La única alquimia que he practicado es esa: transformar dos colores casi complementarios.
La instrucción fue: dejar que el aire naranja pase de mi nariz al interior y que recorra todo mi cuerpo; no dejar ningún espacio vacío. Después de inspirar, contener y sacar por la boca, ahora debía continuar el mismo proceso, pero con los brazos doblados hacia atrás, y los codos y la mirada dirigidos hacia el techo. No lloré.
Ella me observó, creo que hay muchas cosas que no has dicho.
Otros, lo mismo, tu problema es la garganta. Está tapada.
¿Qué tengo que decir? ¿Por qué no puedo reconocerlo? ¿Cómo puedo ponchar el hilo hecho maraña atrapado en mi tráquea que me impide sanar? Admito que ignoré una tos atroz y una nariz obstruida por muchos años, hasta que por fin me dieron una respuesta: tabique desviado. Mi garganta, en consecuencia, ha estado llena de mocos. Ahora entra tanto aire que me es imposible entender cómo pude vivir tantos años con los cornetes inflamados. Decidí ignorar que existía un problema evidente. Y es solo uno de tantos.
En narrativa fantástica es común dejar vacíos, ocultamientos que la autora realiza a propósito para que la lectora pueda inferir, a partir de pocas pistas, lo que pudo suceder o la causa por la que ocurrió. Alguna vez me explicaron que el relato fantástico es como una manta de cielo, aunque seguramente no lo dijeron así. Al respecto, en Territorios de la ficción. Lo fantástico, Rosalba Campra apunta:
Todo enunciado es una trama formada tanto por lo que se dice como por lo que se calla. […] los mecanismos de desciframiento que ponemos en acción están tan interiorizados que creemos reconocer una serie de palabras, cuando lo que en realidad estamos haciendo es reconstruir un mundo.
Los problemas son el ápice de las narraciones. ¿Qué estoy ocultando bajo el silencio, bajo la imposibilidad de manifestar sentimientos de manera orgánica? No puedo ni imaginarme la cantidad de palabras imprecisas que han salido de mi boca, cuando en realidad las correctas eran otras. No me recrimino, no conocía ese vocabulario. Ahora quiero ampliarlo y reconstruirlo. ¿Qué me sucedió cuando, cualquier día, me quedé callada e impávida ante una situación injusta, desconsiderada o porque sí?
La imposibilidad de llorar viene del pecho. No es solo el corazón: el sistema respiratorio también controla las emociones. Si no, ¿por qué aspiramos y sostenemos el aire repentinamente y tan pronto algo nos deja sin palabras? No saber respirar es peligroso. Saber respirar apacigua el riesgo de colapso por estrés, arranques de ira, relajación de un llanto contenido. Mi pecho y su caja torácica me han traicionado varias veces. No es que no me guste expresar mis sentimientos, es que han estado oprimidos por muchos años. Tantos silencios involuntarios, imperativos, bloquearon el paso natural del aire y el flujo ligero de las emociones.
No sé llorar, aullar de llanto, gemir con mocos escurriendo por mi boca y hasta mis extremidades.
He repasado muchas veces los pasos a seguir:
1) anudar la garganta,
2) dilatar narinas,
3) tensar abdomen,
4) preparar los lagrimales,
5) desvanecer la vista,
6) contraer los labios:
7) ¡llorar!
No sucede. Solo puedo lograr un pujido rítmico de cachorro que está aprendiendo a ladrar; logro tener espasmos corporales; logro tensar el nudo invisible en la garganta… y no puedo emitir un solo sonido limpio que saque por fin, de una vez por todas, lo no dicho.
colabora.
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