escritura creativa/ ensayo
Día de corte
por Carla F. Sánchez Ceballos
Hoy, como cada dos meses, toca cortarme el cabello. Es llevar a cabo una especie de acto ritual de auto-preservación, para reconocerme a mí misma frente a las imágenes de un mundo que me confunde y me exilia de un lugar familiar: el yo.
Pareciera que ser una misma es regresar a un cuarto desconocido en el que has dormido toda la vida, donde has crecido, sentido y pensado a través del tiempo, y que, sin embargo, la desbordante desesperación por ser explorado y honrado, se convierte en su silencio habitual.
Por ello, sé lo que significa mi cabello para mí. Es mi entrada y mi salida de aquel cuarto que me ha acompañado toda la vida, en el que se volvía doloroso vivir, casi imposible permanecer. Es de donde se sostiene mi historia, mi cambio constante, la incógnita mutante que se responde y se cuenta por sí misma. Mi cabello habla por mí y yo le dejo hacerlo.
Por ejemplo, tiene memoria de sus 3 años, un pelito rizado y fino que se andaba rebelde por su casa. Con el tiempo, fue creciendo y comenzó a alaciarse, a adaptarse a las maniobras de mi madre y de mi padre que no lo peinaban como era sino, como resultaba más fácil, como ellos querían y consideraban mejor.
Mi cabello y yo nos hicimos muy dóciles. Nos convirtieron en algo "bonito y perfecto” tras un constante proceso de adiestramiento que hacía correr lágrimas por mi rostro.
Ningún champú y ningún acondicionador seleccionados después de una exhaustiva y estresante búsqueda en el supermercado pudieron salvar a mi cabello a sus 13 años. Se tornó indescifrable, voluminoso, esponjado y sin forma. Por supuesto, extrañaba cada día “ser lacia” y usar mis diademas de tela para que me dijeran que era bonita, que tenía un cabello hermoso cuando mamá o papá lo cepillaban. Todo eso parecía mejor que amarrar mi cabello y llorar al desenredar los nudos de los que tiraba con fuerza mi padre con una cara de decepción que dolía aún más que dichos tirones.
Sigo sin olvidar cómo se veía eso en el espejo. Por mucho tiempo, no me gustó peinar mi cabello. Era una escena bélica que podía extenderse más de 30 minutos todas las mañanas, en la que había uno que otro acto dramático que terminaba en lágrimas o en miradas de odio hacía mí misma por sentirme incapaz de volver a ser y verme como lo que fui: una niña bonita y perfecta.
Sé ahora lo que dice de mí mi cabello, al mirarme frente al espejo. ¿Es posible que el cabello simbolice algo más allá que cabello? ¿Qué puede decir el cabello de una misma? ¿Será que puede haber algo más íntimo y trascendental que solo la continuación de la piel? ¿Podrá esa extensión que cambiamos, cortamos, pintamos y constantemente modificamos hablarnos de la memoria de nuestro yo?
Ya no veo un cuarto ajeno a través de mis ojos al mirarme al espejo, cuando es mi cabello quien cuenta nuestra historia. Cuando desliza por la espiral de sus rizos, cortitos y desordenados, los pronunciamientos de la imagen subversiva de un yo que se nos regresa en el reflejo. La expectativa llamada "mamá y papá quisieran" que ya no me limita solo al despunte; al miedo al corte y sus consecuencias, temer decir lo que no me gusta o sacarle volumen a lo que duele.
La angustia por complacer al deberías dejarlo crecer y reducirme a una aceptación –familiar y sistemática– que no necesito, que me obligaba a obedecer las presiones de la supuesta feminidad con la que me educó – quiero decir, que me impuso– mi madre.
Cortar, cortar y cortar hasta que lo femenino ya no me pese sobre los hombros. Reivindicar lo femenino desde la piel: lo femenino en mi deseo, mi deseo en lo femenino.
¿Qué significa el cabello corto en una mujer? Tal vez nada concreto, tal vez un sinfín de cosas, tal vez para mí, lo que soy:
Todos mis ángulos entrelazados por su contradicción y transitoriedad: un cuerpo, habitado por la impermanencia hecha palabra, delimitado por piel, que se extiende en un cabello rizado y cortito, y que, en su día de corte, hace un genuino intento por preservar en cada mechón algo de mi memoria.
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