escritura creativa/ ensayo
La órbita del gesto
por Santiago Ruiz Velasco
Pienso en el gesto (pienso que pienso en el gesto, e incluso tengo la frase dándome vueltas en la cabeza desde hace unos días, y sé que debe ser el inicio del ensayo. Tal vez por tener en la cabeza la frase «pienso en el gesto» pienso que pienso en el gesto, pero, en cuanto la pongo en la página, tengo la necesidad de boicotearla con un paréntesis, explicarla, darle vueltas, y anularla. Pero no borrarla. Porque debía ser el inicio. Es que es falsa, y me di cuenta en el momento mismo de escribirla. No pienso en «el» gesto, pienso en un gesto: el que, hace unas semanas, hizo una compañera cuando le pregunté si estaba libre el asiento a su lado antes de una clase. Asintió —con la voz y con la cabeza—, sonrió, se giró, con ambos brazos me mostró la silla vacía. Y luego volvió a sus notas. Pienso en ese gesto: me dio la respuesta con todo el cuerpo, y con ello, además de autorizarme a sentarme allí, o de simplemente informarme que no, que la silla no estaba ocupada, me hizo sentir bienvenido. Y luego volvió a lo suyo. A partir de ahí he querido abstraer una teoría del gesto, pero ahora estoy dudando de que la abstracción sea la operación correcta. De ahí el paréntesis).
Hay tal vez una contradicción grande en ese comienzo: pensar en el gesto, convertir una cosa del cuerpo en una cosa de la mente.
No una contradicción en sí, pensar está muy bien, se puede pensar sobre cualquier cosa, y a veces se hacen cosas muy bonitas pensando, pero si lo que quiero es enfatizar las bondades del gesto, del cuerpo, de lo corpóreo y la corporalidad, ¿como por qué querría abstraerlo y volverlo un objeto mental? Y sin embargo, heme aquí. Pienso ahora en mi propio gesto, en este instante, sentado frente a la computadora algo encorvado, inmóvil salvo por los dedos y los ojos que siguen el cursor en la pantalla, renglón a renglón y me parece muy triste. Quizá lo que debería de hacer es salir, hablar con alguien, con el primero que me encuentre, gesticular y hacerle ver las bondades de comunicarse con todo el cuerpo. Y de paso practicarlo, porque, para ser sincero, no es algo que sepa hacer. Y por eso me sorprendió y fue mayor el efecto del gesto de mi compañera. Pero sucede que todos están dormidos. Es noche alta y si despierto a un vecino para contarle todo esto me pega. Y sucede también que esto es lo que sé hacer, y que la comunicación escrita tiene sus propias ventajas. Y una no quita a la otra. Mañana puedo ir con los vecinos.
Tengo la suerte de tener amigos actores y siempre me ha llamado mucho la atención la manera en la que, en la vida cotidiana además de sobre el escenario, se desenvuelven con su cuerpo, la soltura con la que se expresan. Es algo en su educación, en su entrenamiento: tienen, a fin de cuentas, que ser capaces de llamar —y mantener— la atención de los que están sentados en las últimas filas del teatro. Y lo tienen incorporado en su vida entera. Sin embargo, en el cine —en cierto tipo de cine pero muy influyente— los veo quietos, contenidos, impasibles casi. Uno me contó —un actor, no un amigo. Un actor que no es amigo, sólo hablé con él esa vez— que el director le decía “no actúe. Para eso está la cámara, para eso está el set, la música, la iluminación. Usted diga sus parlamentos y nosotros nos ocupamos del resto”. Es muy bueno. Ha ganado premios y es capaz de unas no-actuaciones realmente conmovedoras. Lo que me pregunto es por qué, ¿por qué el cine (ese cine) ha elegido ese camino de contención y minimalismo? ¿por qué cuando alguien actúa decimos que sobreactúa? Las telenovelas no lo hacen, el teatro no lo hace, y el otro cine tampoco, el cine italiano por ejemplo está lleno de gesticulación, de gritos y de drama. Es claro que una actriz que puede expresar emociones sólo con una mirada es una gran actriz, pero ¿qué tanto perdemos si sólo le vemos los ojos?
De la pantalla del cine pasamos a la pantalla del celular: ¿qué tanto perdemos si sólo texteamos? ¿cómo nos hemos acostumbrado a esta idea?
La compañera que me invitó a sentarme y desató todo esto es artista, tal vez eso tenga que ver. Y también es asiática, de Singapur, y tal vez también eso tenga que ver. Aun a riesgo de caer en generalizaciones por lo menos tontas, porque la verdad no conozco su cultura, veo en ella que tiene otra educación, otros modos de socializar, otras formas de cortesía. Dicho de otra manera, en Singapur esa es la forma normal de ofrecer un asiento. Pero esa otra forma implica toda una manera diferente de estar en el cuerpo, que no divide la voz del gesto, el texto del manoteo.
Muchos años practiqué un arte marcial del sur de China (que está a miles de kilómetros de Singapur y esto es tanto como decir que una vez vi un gesto de una mexicana y asociarlo con la gastronomía de Colombia). Una premisa que me gustaba mucho era que un enfrentamiento es un diálogo: un ataque es una pregunta y pide una respuesta, que va a incitar a su vez una respuesta del otro, y esta a su vez otra, y así (¿qué vas a hacer? Esto, ¿y ahora tú? Esto otro, etc.). Siempre una apertura nueva por donde se expresa sí la técnica, sí lo aprendido, pero también la personalidad, las formas de ser de cada quien. Y en ese diálogo, como con el pensamiento, con el habla y con el baile, las cosas se transforman, los cuerpos y las ideas cambian, y las personas florecen.
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