escritura creativa/ ensayo
Siete y sin contar
por Francisco Casado
Tener una historia que son varias a la vez: siete fracturas en el cuerpo, todas del lado izquierdo. Todas a lo largo del brazo.
La primera fue la muñeca, por desobedecer y usar la bicicleta. Metí la mano. La segunda fue resultado de una épica anotación de tochito bandera sin reglas. El balón también tomó partido y me partió un hueso, también de la muñeca. La tercera fue un accidente escolar: perder el equilibrio por el inocente empujón de niños jugando. Golpeé de lleno el filo de la banqueta. Esa fractura también fracturó nuestra amistad. Al crecer, cada uno tomó su rumbo; todavía veo lo que publica en Facebook, pero nada más.
La cuarta y la quinta ya no las recuerdo, quizás estoy contando mal. La sexta fue una fisura del codo que siempre considero una fractura por el simple hecho de tener el combo ortopédico de radiografía + yeso y cabestrillo. Fuera del privilegio médico-padres-parientes-paciente, nadie tiene por qué saber lo contrario.
Ocurrió al golpear la nuca de un idiota que no se quitó a tiempo a la salida de un tobogán en un balneario. Era aún muy chico como para ser acusado de agresión. Bien para él que no es delito ser idiota. Por último, tuve suerte. La clavícula no quedó expuesta.
Todo esto pasó por no creer en la leyenda de series y películas. NO INTENTE ESTO EN CASA. ¿Qué podría haber salido mal después de horas viendo una y otra vez las mismas películas de acción? Era muy serio y callado: así fue como desaproveché mi oportunidad de destacar y hacer amigos. Desde entonces no recuerdo mucho. Desde entonces hablo más conmigo. No es cierto. No digas mentiras.
En el camino de vuelta a mi cama atravesé en carne propia la historia de la medicina. En urgencias me aplicaron un velpeau (vendaje braquio-toráxico); me hicieron radiografías de tórax en una máquina salida de la utilería de Frankenstein y, al final, el regaño a los primeros doctores, por parte del ortopedista familiar, por despertar a los muertos al usar técnicas tan anticuadas.
Tuve que usar un arnés que, no solo me curó la fractura, también me corrigió la postura. Esto último a veces se me olvida. Desde entonces le tuve mucho aprecio a la ortopedia; sin embargo, sigo esperando mi tomografía gratuita. Ya van más de cinco consultas de emergencia.
Afortunadamente no he vuelto al juego de ser paciente en alguna sala de urgencias o de tener mi nombre en la lista de radiología. Aprendí a medir un poco más mis pasos o, más bien, a tenerles un poquito más de confianza.
Aquí se rompió el verso, cada quien a su texto.
Con los años no he tenido problemas, a excepción del tronido ocasional. Siento que mi lado izquierdo de pronto supera la fuerza de su contraparte. Espero que al envejecer ninguna de las fracturas me duela en invierno. Espero que la cabeza del tipo que golpee con el codo, por idiota, le siga doliendo. Espero que me recuerde hasta cuando estornude.
colabora.
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